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lunes, 17 de febrero de 2014

Crónicas de la Verdad

I El final de todo, el comienzo de una nueva era

Un retazo del mundo despertaba tras la llegada de un alba aún carente de sentido. Un mundo vacío, yermo esperaba el resurgir de la era final para muchos, principio para otros. Sin embargo el tiempo aún jugaba en contra de aquellos que darían la vida a los seres que romperían los esquemas que regían el universo. Sin perder un solo instante comenzaron su gran obra: la tierra se elevó hasta llegar al cielo poblado ahora de nubes oscuras cargadas de energía, en otros lugares océanos enteros se fueron creando mientras nada permanecía inmóvil ante la mirada de estos seres. Las nubes comenzaron a precipitar creando innumerables ríos que discurrían por las jóvenes cordilleras hasta llegar a océanos. Dos soles se alzaron por encima de las nubes creando un ocaso indescriptible y originando una luz sobrenatural que ahora bañaba el mundo en una mezcla de colores increíblemente vivos.

Sin embargo la obra no estaba completa, era necesaria la aparición de algo, algo que le diera la verdadera calidez, el verdadero poder, la verdadera luminiscencia capaz de levantar al mundo. Entonces haciendo acopio de todo su poder creador, los dos seres concibieron desde vegetación allí donde se encontraban los valles, hasta grandes bosques que se alzaron más densos y compactos que las mismísimas mareas que ahora rugían contra las recién creadas montañas donde antes estaban las llanuras sin vida. Desde animales con unos sentidos cualificados para detectar cualquier timbre y longitud de onda hasta animales capaces de arrasar con ecosistemas enteros. Pero la verdadera creación que determinaría el curso de la historia fue la creación de las razas capaces de dominar el rastro del paso de dichos seres: la magia. Cada una de ellas se adaptó a un fragmento de los creadores, unas se dedicaron a la vida en sí, otras al fuego con el que ardían los soles que les iluminaban, e incluso otras alcanzaron la fortaleza de las mismísimas montañas que se alzaban impertérritas ante la mirada de las nuevas creaciones. Y así, de repente todo cobraba un nuevo sentido, un sentido que haría temblar los cimientos de la razón.

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