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miércoles, 12 de marzo de 2014

La caída de la tormenta

Miré al cielo y sentí envidia. Deseé poder hacer lo que él podía. Pero la vida me enseñó sólo a luchar y no a caer. Me enseñó a levantarme por un porqué, no por un para qué. No se caer y recomponerme para sólo volver a caer. No se levantarme sin haber encontrado una solución. O al menos, soñarla. Por eso alzo la vista y siento envidia. Envidia por esas gotas de lluvia que aunque caen, vuelven a levantarse en un ciclo que aparentemente no tiene final. El final se lo damos nosotros. Envidia por esos copos de nieve que caen en silencio, sin quejarse, y que a pesar de haber caído lo llenan todo, volviéndose más fuertes con el paso del tiempo. Hasta que le echamos sal. La vida me enseñó a luchar por una causa. Ahora el mundo me obliga a rendirme por haberme enseñado una causa perdida. Amargo es el color de la derrota. Oscuro el sabor de la huida, dicen. Y a pesar de todo, me sigo negando. A pesar de ver la facilidad de caer en la inercia de la derrota, de la comodidad de la subordinación, sigo luchando. Supongo que no se caer. Supongo que aprehendí a soñar.

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