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martes, 12 de mayo de 2015

Sinergia-Capítulo II

Capítulo II-Soberbia/Mentira


—Como alma que lleva el diablo una de ellos comenzó a urdir un plan. Sabía que no sería sencillo y que solo vencería conociendo las debilidades de sus iguales y a la vez contrarios.

Esta vez la esfera se centró en una de aquellas mujeres que se me tornaban como amigas en un ayer. Sus tacones altos provocaban un golpeteo rítmico que le hacía ausentarse de las miradas de envidia, admiración y deseo de aquellos con los que se encontraba. Y mientras sus labios carmesí se tensaban con cada paso, con cada nueva idea, llegó a su palacete en lo alto de una colina, con unas bellísimas vistas de la emblemática y mágica ciudad. Desde la que se podía ver todo. Después entró y la esfera la siguió. Un gran recibidor lleno de obras de arte desde contemporáneas hasta barrocas, se plasmaban en lienzos y esculturas que llenaban el espacio en perfecta armonía y se mezclaban con exóticas, y hermosas flores de colores abrumadores. No había ni un grado de disonancia en todo el lugar, que parecía creado por un dios obsesionado con la perfección.

—Sabía bien sus cartas,  pensaba que el poder era en realidad información. Y la información se transformaba a su antojo en acciones movidas por deseos una vez inconfesables. Así pudo llegar al trono. Ahora cada paso resonaba en las paredes de mármol blanco y rebotaba por todas las columnas del recibidor, mientras todos los que una vez se interpusieron en su camino descansaban bajo un mineral igual de selecto pero sin que sus ojos- se pudieran reflejar en él. O eso o habían dejado de ser alguien para pasar el resto de su triste vida vagabundeando por las calles. Una pequeña sonrisa mostró unos dientes impíos y perfectos cuando su memoria le hizo recordar a los que una vez fueron y nunca volverían a ser. Oh, ella se divertía con cada victoria, como un gato juega con su presa para disfrutar más la recompensa de su carne. Y solo tenía que esquivar a cuatro dagas, destruir a los cuatro peones de aquel intrincado ajedrez. O quizás cuatro damas.

Pasamos algo de tiempo viendo cómo explicaba y ordenaba con detalle y precisión todas las tareas que tenían que hacer cada uno de sus sirvientes. Y es que quien lo hiciera mal tendría que pagar por ello, literalmente. Descontaba del sueldo cada gota de agua y sudor desperdiciada y lo hacía repetir hasta que estuviera bien. Impecable. Sin embargo lo que yo percibí cinco minutos fueron horas, ya que la luz natural decaía a un naranja como las clivias cuando acabó. Y así se ausentó a su habitación. Una habitación que dejaría en ridículo a la definición de lujo, simetría y armonía. De colores cálidos, el dosel de su cama parecía una cascada roja que lamía la alfombra blanca con dibujos y emblemas grabados en burdeos y que cubría la mayor parte del suelo. La madera de roble oscuro de las paredes estaba adornada con emblemas del mismo índole que la alfombra tallados a mano en la misma, obra de los más grandes ebanistas del reino. Y las flores, un reguero de plantas colocadas rellenando el espacio pero no sobrecargándolo daba un toque de vida y una fragancia exquisita... Pero serían demasiados los detalles a contar como para dejar la historia a un lado.

—Tras decidir su cena y hacer retirar a sus sirvientes, se recogió a su habitación para meditar bien su siguiente paso. Ya que en aquel baile quien atacara el primero tendría ventaja. Tenía que hacer sangrar a sus enemigos con algo básico para poder ver su corazón con más facilidad y poder así arrancárselo. Solo hacía falta una espina de la rosa de la discordancia, de la mentira, de la soberbia.

Sus blancas manos se posaron en la barandilla de un indescriptible balcón, casi terraza por sus dimensiones que poseían sus aposentos, creado con el mismo mármol que la entrada, pero intercalado con el negro de unos cristales incrustados en él.

—El amanecer parecía dar pie a la noche, a la batalla que se sentiría con furia y veneno y que le otorgaba a aquella soberana una visión de un todo y una nada, de un final y un comienzo de la ciudad. Sí, era su momento, realmente parecía una reina.

Estudió con detenimiento y por infinitésima vez sus movimientos hasta el presente. Gracias a su don de convicción y manipulación había sido capaz de desvelar secretos de los antiguos regentes, de personas poderosas con lo que por supuesto, tenía enemigos. Pero sus aliados eran más poderosos y los podía mover a su antojo. No tenían otra elección ya que habían observado la caída de los que se opusieron a sus chantajes. Sin embargo la fuerza política o monetaria no darían resultado esta vez. Trataba con personas con fuerzas similares y solo lo genuino daría resultado. Y es que al final lo simple y lo que sabes que funciona, resulta ser lo más acertado. Tenía infiltrados en las cinco casas, incluida la suya propia para saber de espías enemigos, pero tampoco tenía mucha fe en aquello, era demasiado obvio. Demasiado burdo para su intelecto. No, era mejor plantearse jugar con los corazones aún a riesgo de perder el suyo propio... Y por eso con el último rayo de sol finalizó su intrincado plan. Era simplemente perfecto. Aunque había algo que no le gustaba nada: esta vez no podría jugar con ellos, pensó tras un suspiro.

La mañana dejó atrás a una noche casi inexistente para Serah y para mí y rápidamente comenzaron unos preparativos. Extrañado vi como los sirvientes de aquella mujer no paraban de construir, crear y decorar un salón de aquel palacete donde vivía. Daba la sensación de que un gran evento iba a ocurrir allí. Y mi intuición no fallaba.

Su primer paso ya estaba listo. El imponente vestido negro como su alma solo era una distracción más para su joven víctima, a la que intentaría apuñalar por la espalda aquella noche. Pero ni siquiera el destino hubiera previsto los acontecimientos que estaban por ocurrir...

Carruajes flotantes ocupaban lugar en el jardín de la entrada al salón que daba a un lateral del palacete. Aunque más que un baile yo hubiera apostado porque sería una feria de exposición o una competición acerca de la belleza de estos. Una especie de gemas de colores y tamaños inalcanzables por la imaginación los mantenían levitando, casi etéreos, en el aire. Y aún así lo que realmente hacía que tu corazón se encogiera eran los dibujos y formas que poseían las maderas, metales o incluso minerales aún por descubrir en nuestro mundo que le daban mil expresiones. Pero un baile era un baile al fin y al cabo, y lo que realmente era digno de ser observado eran los invitados. Eran todos humanos, sí, pero no humanos corrientes. Su porte, su manera de andar, de respirar, de mirar... Denotaban una clase inusitadamente alta, superior. Vestidos de telas suaves y finas, elegantes y fuertes cubrían la piel de aquellas mujeres que querían rozar la divinidad. Los hombres, en cambio, no vestían los típicos trajes sino que llevaban atuendos de guerra o de oficio, parecía que les gustaba distinguir su rango así. Pero había cuatro individuos, a parte de la anfitriona, que se desmarcaban en una línea más mundana, más de andar por casa. Pero eran los que infundían más respeto, porque más allá de las apariencias eran capaces de ponerse al nivel del pueblo, al nivel de "inferiores" y seguir suscitando terror, amor y miedo. O lo que quisieran y pudieran...

El juego había comenzado.

De repente todas las luces se apagaron y provocaron que los carruajes aparcados un poco más alejados de la entrada, donde estaban congregados todos los asistentes, fueran la única fuente de luz dotando al lugar de un hermosos y quizás fantasmal ambiente. Una sensación ideal para comenzar la velada tal y como la dueña del emplazamiento deseaba para su baile, su juego, su mascarada.

Y así fue como la soberana de la soberbia y la mentira hizo gala de su poder.

Sin previo aviso aquella a la que habíamos seguido salió del salón. Pero no parecía ella misma. Portaba una pequeña máscara blanca y con zafiros  en forma de lágrima, que le tapaba la mitad de la cara. Sin embargo no parecía ella misma. Un pelo blanco y suave, brillante y fino adornaba su cabeza en forma de recogido real. Su piel se había vuelto diáfana como la luna, casi tan blanca como su cabello. Y su atuendo negro había pasado a ser un largo y delicado vestido azul de seda con un corte desigual que arrastraba un poco por el suelo dando la sensación de que la mujer caminaba sobre el agua en unas sandalias plateadas como el mercurio.

Todas las mujeres que portaran esa máscara serían iguales, y había una para cada invitada. Por el contrario, los hombres aparecerían con traje negro, chaleco burdeos y una camisa blanca si se ponían la misma máscara, pero con rubís en vez de zafiros. Sus cabellos se tornarían blancos también con un corte apocado y sin barba. La anfitriona se excusó porque quería celebrar la personalidad por encima de la belleza. La realeza por encima de la estética. Y así todos empezaron a caer en las redes de su juego.

Poco a poco todos los asistentes se pusieron una máscara y pasaron al interior del gran salón de baile. Era un enorme espacio lleno de grandes ventanales y balcones para al menos mil personas a pesar de asistir tan solo doscientas más los sirvientes. Nada más entrar por la hermosa puerta, de marco cristalino, dorado y tallado, a su izquierda podían obsrevar una voluptuosa orquesta. En esta, portaban instrumentos que estaban hechos de las más preciosas maderas y metales e incluso poseían formas en ellas que simulaban el símbolo de la casa en la que tocaban. Y a pesar de esto el sonido que desprendían era inmortal, te hacía transportarte a la cabeza del compositor, era soberbio. La zona de baile, a la derecha, estaba enmarcada por una alfombra que en principio podría parecer roja como la sangre, pero cuando las luces se apagaban un poco se tornaba azul como el mar en plena noche. Y por último el comedor. Las mesas eran de cristal cubiertas con un mantel de encaje blanco y las sillas de madera de roble, adornadas y cubiertas por telas negras y flores de colores vivos. Como centro floral tenían lirios de todos los colores, acacias con una fragancia embriagadoras y azafrán. La comida la iban llevando y trayendo los sirvientes en bandejas a modo de degustación de mil platos distintos y exóticos. Era una visión de elegancia y soberbia.

Se inició con un gran baile al son de La Danza Arábiga de la Suite no 2 de Peer Gynt de Grieg. En él todos los invitados acababan bailando sin saber con quién gracias a una divertida y majestuosa danza. Era el primer paso para enfrentarlos entre sí. Y es que la argucia de la primera en agredir a sus enemigos era encomiable. Ninguno de sus invitados eran parte de sus aliados, más bien lo contrario; todos los invitados formaban parte de los partidarios de sus enemigos incluyendo a estos mismos. Pero eso solo lo sabía ella, ni siquiera los que la apoyaban. Y es que para ellos era mejor tenerla lejos, así que no habría quejas. ¿Qué conseguía con esto? Al ser una mascarada en la que nadie sabría con quién está hablando, podrían crearse rencillas al hacer un mal comentario, o al pensar que estás hablando con alguien y ser quien no debería ser. Eso provocaría luchas internas en el seno de cada monarca y tendrían que arreglarlas dejando ver quién es en realidad cada uno. La única pega del plan, si es que pudiera tenerla, es que ella ya se había dejado mostrar como la soberana de la soberbia. Pero nada más lejos de la realidad, no había cometido ningún error. Si evitaba dar pasos en falso eso no sería un inconveniente.

Antes de que Serah continuara con su historia, me vi en la obligación de pararla.

—Serah, siento interrumpirte pero... ¿soberana de la soberbia? ¿Tiene que ver quizás con lo que dijiste al principio de: cada uno fue escogido por una parte de la sociedad...?

Ella sonrió satisfecha por aquella pregunta y sus augustos ojos se clavaron en los míos con curiosidad y enigma:

—Me alegra ver que no me he equivocado contigo, Edward. Y sí, por supuesto que tienen relación ambas cosas, pero créeme va mucho más allá... Tanto que te dará miedo cuando descubras el verdadero significado de esas palabras. Como adelanto para que empieces a entender la historia, el efecto de las máscaras es gracias a que ella domina la soberbia—sus ojos volvieron a observar aquel mundo para proseguir con su narración no sin antes advertirme—Pero vuelve a interrumpirme y no saldrás de aquí con vida.

Mi cerebro empezó a funcionar y a deducir, aunque he de reconocer que con esa frase una gota de sudor frío recorrió mi rostro. Pero no me quedaba más remedio que seguir escuchando y observando.

El baile dio paso a una cena algo tensa. Todos los comensales evitaban hablar de algo en lo que pudiera implicar una opinión personal. Todos menos los soberanos. Ni siquiera con la misma apariencia eran iguales, y el resto de la sala lo sabía. Pero la catástrofe ya había comenzado y el vino que se servía era exquisito. De muchos grados pero exquisito. Las mentes empezaron a jugar malas pasadas a sus portadores que lanzaban flechas a objetivos demasiado cercanos. Aunque también es cierto que hubo relaciones que se afianzaron, esas fueron las mínimas. De este modo, tras la cena, en el baile existía un ambiente entre jovial y tenso, tan tenso que se hubiera podido cortar con un cuchillo. Pero no sería ella la que lo portaría. No, ella tenía otro objetivo personal: el hombre de ojos cálidos y dulces como la miel. Y es que él era el único que siempre dejó ver como subió al poder: la lujuria. ¿Sería capaz ella de sobrepasarlo y hacerlo caer por atracción? Por supuesto pensaba que sí.

Con dos copas de vino en la mano se acercó a su presa. Y es que este era algo especial, un regalo digno de reyes, le dijo. Pero él no era estúpido, no. Nada más lejos de la realidad sabía que ella lo superaba en inteligencia, pero sus cartas no eran débiles. Para nada. Por ello se bebió el vino como si fuera agua. Y como agua lo asimiló su organismo. Y así comenzaron a bailar, a luchar. Cada paso era una delicia, una delicada danza que combinaba pasión, dulzura y fuerza. Y justo cuando ella empezaba a disfrutarlo, algo ocurrió.

Uno de los invitados cayó impávido al suelo, sin respiración, sin pulso. ¿La causa? Veneno, dirían algunos. La soberbia vocearon otros. Nada más lejos de la realidad un cuchillo atravesaba su pecho y su frágil traje quedando el mango de plata como un adorno más en su espalda. Muchos fueron los gritos de horror y aún más los de venganza. Sin embargo la anfitriona se hizo dueña de la sala alzando la voz allí donde tocaba la orquesta. Sus ojos brillaban, vencedores de la primera batalla.

—Este hombre no ha muerto por el filo de plata que tiene clavado en el corazón, mis estimados invitados—dijo mientras los sirvientes protegían a la mujer con la que había estado bailando- sino los labios del diablo, los labios de Lilith. Él mismo dictó su sentencia, ¿no es así condesa Cassandra?—ella miró a su anfitriona con rabia y miedo. Y es que no podía hacer nada para pararla, para inculparla—Hacía mucho tiempo que su marido la deshonraba con otra mujer y la extorsionaba. Puesto que él era quien había establecido todas las alianzas políticas y usted le había otorgado el dinero, pero una vez casados la mitad de lo suyo sería para él. Y acabaría apartándola de todo y llevándose hasta su más mísera joya, su más mísera sonrisa. Así que la ocasión era perfecta y conociendo a su amante cambió su  barra de labios por una idéntica por un minúsculo detalle: le habías añadido un compuesto al que era alérgico su marido; almendras. Por esto, cuando besó a aquella mujer tuvo que inyectarse la dosis de antídoto necesaria pero al no tener fuerzas ella lo hizo. Lo que no se esperaban es que usted cambió también la vacuna, que siempre tenía un mango de plata como regalo, por un cuchillo que sacaba su filo cuando se añadía presión en el sitio indicado. Y así, su amante asestó el golpe final—terminó de explicar, mientras la condesa caía riéndose con locura aferrada por los brazos de los guardias—comprobad si me equivoco, pero os aseguro que no lo he hecho. Ah, ¿y cómo lo he sabido? Bueno, es mi deber conocer todo lo que ocurre dentro de mis tierras—dijo con una frívola sonrisa— Siento el amargo final de nuestra velada, pero el juicio ha de realizarse.

Acertó, pero no por casualidad o inspiración divina, sino porque ella misma la había empujado a hacerlo. Le había explicado su situación y las intenciones de él así que Cassandra no poseía más alternativas. Y si no lo mataba la dueña del palacete tenía a más parejas así bajo la manga. Apresada y desbordada, los ojos de la condesa dejaban ver furia y odio aún hacia el cuerpo. Murió ajusticiada, tras una sentencia casi inmediata, bramando que no se arrepentía de nada. Por otro lado la amante salió de aquel palacete en su carruaje, pero  más le hubiera valido salir en el mismo ataúd que la pareja. Ya que en días lo perdió todo.

Esto creó la discordia esperada entre las casas de la lujuria y la de otra mujer formadora del consejo. Ahora podría saber quién era, cuál era su don. Y de rebote, consiguió aliados. Fue una noche inmejorable para ella, quitando el hecho de que le gustó el baile con aquel muchacho... Pero sería efecto del vino.


Y así comenzó la guerra fría, con la primera victoria de Alice, con la primera muerte conocida como verdad.

OFF-Enlace a la canción que sonaba en el baile:
https://www.youtube.com/watch?v=emnZkax0q_U

3 comentarios:

  1. Me encanta el final sobre todo, ya te lo he dicho *_*
    Sigue así, y espero ver más capítulos pronto
    un besito^^

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    Respuestas
    1. ¡Muchísimas gracias!
      La verdad es que sin tí y más lectores que tengo por ahí perdidos no hubiera seguido escribiendo tras el capítulo uno. Así que te lo dedico con todo el cariño del mundo.
      Un abruzo grande grande.

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  2. Me encanta el final sobre todo, ya te lo he dicho *_*
    Sigue así, y espero ver más capítulos pronto
    un besito^^

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